"Una lechera llevaba en la
cabeza un cubo de leche recién ordeñada y caminaba hacia su casa soñando
despierta. -Como esta leche es muy buena -pensaba-, dará mucha nata. Batiré muy
bien la nata hasta que se convierta en una mantequilla blanca y sabrosa, que me
pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero, me compraré un canasto de huevos
y, en cuatro días, tendré la granja llena de pollitos, que se pasarán el verano
piando en el corral. Cuando empiecen a crecer, los venderé a buen precio, y con
el dinero que saque me compraré un vestido nuevo de color verde, con tiras
bordadas y un gran lazo en la cintura. Cuando lo vean, todas las chicas del
pueblo se morirán de envidia. Me lo pondré el día de la fiesta mayor, y seguro
que el hijo del molinero querrá bailar conmigo al verme tan guapa. Pero no voy
a decirle que sí de buenas a primeras. Esperaré a que me lo pida varias veces
y, al principio, le diré que no con la cabeza. Eso es, le diré que no: ¡así! La
lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no, y entonces el cubo de
leche cayó al suelo, y la tierra se tiñó de blanco. Así que la lechera se quedó
sin nada: sin vestido, sin pollitos, sin huevos, sin mantequilla, sin nata y,
sobre todo, sin leche: sin la blanca leche que le había incitado a soñar." ESOPO
¿Qué hizo la lechera emprendedora? según la newsletter deAddkeen Consulting
Al día siguiente, nuestra heroína
había sustituido el cántaro roto por un contenedor cerrado e irrompible que,
además, conservaba todas las propiedades nutricionales de la leche. Es cierto
que tuvo que realizar un pequeño desembolso para adquirirlo, pero comprobó que
su inversión había valido la pena en cuanto se corrió la voz de que su leche
era la única que no tenía insectos flotando (inevitables cuando recorres el
sendero con un cántaro abierto en la cabeza). Además, su moderno recipiente la
diferenciaba con claridad del resto de las lecheras del mercado, que
continuaban con sus pintorescos, pero anticuados, cántaros de loza.Y así fue
cómo la imaginativa lechera puso la primera piedra de su emporio, aunque
decidió abandonar el sector lácteo porque consideró que había poco margen en
comerciar con materias primas. Para cuando sus competidoras se decidieron a
sustituir los cántaros por contenedores como el suyo, ella ya había puesto en
marcha una fábrica de recipientes completamente indestructibles, con diseños personalizables
a gusto del cliente y mecanismo regulador de la temperatura.Quienes la
visitaban en su magnífico despacho con vistas al mar podían ver, amorosamente
expuestos en una urna, los restos del cántaro roto, con los que la próspera
ex-lechera se recordaba a sí misma que cualquier tropiezo podía transformarse
en una oportunidad.